sexta-feira, 9 de novembro de 2012

¿QUIén fue Vittorio Pozzo? (parte 2)




Combi y Zamora intercambian banderines previo al primer encuentro de cuartos de final entre Italia y España

Meazza convierte el gol de la clasificación italiana en el desempate frente a los españoles

Italia y Austria disputaron la semifinal en un terreno que se encontraba en pésimas condiciones

Italia 1934: Arriba:der a izq: Combi, Monti, Ferraris IV, Allemandi, Guaita, Ferrari. Abajo:  Monzeglio, Meazza, Schiavio, Bertolini y Orsi  
Combi y Planicka se saludan ante la mirada del discuido árbitro sueco Eklind

                                                        Puc bate a Combi y el terror se apodera del alma de los locales

Pozzo da la últimas indicaciones antes de la prórroga, Allemandi y Bertolini escuchan. Combi se prepara.
Pozzo y Karel Petru (DT checo) ayudan a un asistente a retirar a Puc lesionado del campo de juego.

Angelo Schiavio ha vencido a Planicka y es el gol del título. Pozzo festeja con los brazos en alto

                                          Italia se ha consagrado campeón. Se alivian las tensiones y todos festejan.

El arquero Ceresoli conjura una acción peligrosa ante Inglaterra urante la batalla de Highbury en 1934.


Una de las formaciones italianas en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 encabezada por Pozzo

Imagen de la final entre italianos y austríacos en el estadio Olímpico de Berlín.

España no pensaba allanarle el camino a los locales en los cuartos de final de la segunda Copa del Mundo. Poseía un equipo de carácter fuerte y algo rústico aunque con una cuota justa de habilidad; era capaz de plantarse frente al equipo más poderoso y causarle problemas, tal como había ocurrido en 1929 frente a los propios ingleses (victoria por 4-3). El último enfrentamiento entre los países vecinos había concluido con victoria española por 3 a 2 en Bolonia cuatro años atrás y aun se recordaba la goleada olímpica italiana de 1928 cuando un equipo de segundo nivel ibérico Había sufrido un categórico 7 a 1 en cuartos de final.


La fortaleza del equipo ibérico arrancaba con su extraordinario arquero Ricardo “el divino” Zamora, famoso no solo por sus envidiables dotes para defender su valla sino también para transmitir a sus compañeros la seguridad y el temperamento para superar las situaciones más adversas. Era del tipo de guardavallas que ante una buena actuación parecía agrandarse ante sus rivales a medida que transcurrían los minutos para “achicar” el arco a los delanteros y agigantar aun más su figura. Delante del portero se destacaba la sobriedad y solidez de los defensores Quincoces y Ciriaco, la fuerza no exenta de clase de la línea ofensiva del Athletic Bilbao representada por Lafuente, Iraragorri y Gorostiza, la rapidez de Regueiro y la potencia goleadora de Isidro Lángara y su tremendo remate.

España había superado por 3 a 1 a la selección Brasilera, que no contaba con sus mejores figuras, en un partido donde una abrumadora superioridad en la primera etapa se transformó en algún sobresalto en el complemento que incluyó un penal atajado por Zamora a Waldemar do Brito y un gol anulado a los brasileros aunque los españoles reclamaron también dos claros penales no cobrados por el árbitro alemán Birlem.

Italia no podía contar con Rosetta, lesionado en el debut, por cuanto Pozzo lo reemplazó por Monzeglio y como Guaita estaba en condiciones de jugar ingresó en lugar de Guarisi. Con la inclusión de Castellazzi , más rústico en la marca, por Bertolini, Pozzo intentaba impedir la gestación de juego por parte de los españoles.

El aparato propagandístico fascista se había desplegado por todas las subsedes, afiches, posters, promociones, notas en diarios y radio que habían excedido las secciones deportivas. El Mundial había pasado a ser cuestión de estado, y de la suerte del equipo local dependería el éxito económico del torneo.

El coqueto Estadio “Giovanni Berta•, llamado así por un mártir del fascismo, fue parte de uno de los más duros y disputados partidos que se recuerden en la historia de la Copa del Mundo

Al natural vigor de los locales se contraponía la tradicional furia española; los visitantes no estaban dispuestos a dejarse avasallar, los roces mutaban en brusquedades ante la impasible mirada del árbitro belga Baert.

El encuentro es cerrado y las defensas superan a los ataques, tanto Ciriaco-Quincoces como Monzeglio –Allemandi se transforman en murallas para los delanteros rivales, y cuando son rebasadas allí están los arqueros Zamora y Combi para despejar cualquier peligro.

Un poco más preciso con el balón los ibéricos, más impetuosos los azzurri, pero el trámite del partido es parejo hasta que a los 30 minutos una falta de Allemandi frente a Iraragorri al borde del área es sancionada con un tiro libre, Lángara se prepara para ejecutar su endemoniado remate, sin embargo sorprende cediendo a Regueiro, quien libre de toda marca fusila a Combi colocado el 1-0.

Italia reacciona enseguida llenando el área española de centros que despejan los defensores o mueren en las seguras manos del “divino” Zamora. Logra varios corners consecutivos que ponen en aprietos a los visitantes. Casi al filo del descanso un tiro libre a favor de los italianos es capturado por Pizziolo quien remata al arco, la respuesta del arquero no es la mejor, porque está siendo sujetado por Schiavio y obstaculizado por Meazza, Ferrari toma el rebote y convierte el gol del empate ante la bochornosa actuación del referee que originalmente pareció cobrar el foul, pero finalmente y ante las protestas de los itálicos consultó al juez de línea y convalidó el tanto.

La dureza de la batalla va dejando sus huellas, algunos jugadores juegan al límite de sus posibilidades, otros acusan varias contusiones. Un choque entre Quincoces y Meazza termina con ambos jugadores conmovidos y el crack italiano retirado semiinconsciente por los auxiliares. Posteriormente el árbitro anula un gol a Lafuente aduciendo una falta u offside inexistente tras una bonita jugada y a pesar de las inútiles protestas de los jugadores españoles.

Llega el ocaso de los 90 minutos y es necesaria una prórroga. Conforme avanza el alargue, las acciones se tornan aun más duras porque los músculos ya no responden de la misma manera.

Zamora es víctima de una terrible patada en el rostro de Schiavio, que obliga al árbitro a detener por unos minutos el juego aunque sin sancionar al centroforward. Zamora se recupera y despeja algunos balones convirtiéndose en figura. Sin embargo la ocasión más clara estará en los pies de Regueiro que estrella un formidable remate en el palo que estremece al público mayoritariamente local. Se llega al epílogo con una gran tensión y con la tranquilidad por parte de los protagonistas de haber dejado todo su esfuerzo y aun más en el terreno de juego.

El saldo de lesionados en ambos equipos es alarmante, aunque los españoles resultan más perjudicados. Zamora sufrió la fractura de dos costillas, Lángara, Ciriaco, Gorostiza, Iraragorri, Fede y Lafuente tampoco pudieron jugar por diversos golpes y lesiones por lo que solo Regueiro pudo mantenerse en la línea atacante, y un baluarte como Quincoces jugó algo maltrecho; el panorama no podía ser peor para el equipo dirigido por García de Salazar. Italia, por su parte, no pudo contar con Ferrari, Schiavio, Pizziolo y Castellazzi.

Para colmo de males el atacante Bosch es lesionado por Ferraris IV apenas comienza el encuentro, por lo que es retirado al vestuario y se transformará en una auténtica figura decorativa en la segunda etapa. Italia aprovecha su superioridad numérica y arremete contra el arco defendido por el suplente de “el divino”, el Barcelonista Nogués.

A los pocos minutos un corner de Orsi es cabeceado por Meazza conquistando el que será el único tanto del encuentro aprovechando una desafortunada salida del arquero Nogués que reclamó una falta de Demaría que lo descolocó en el aire. El árbitro suizo René Mercet desestimó los reclamos españoles, pero los nervios estaban tan caldeados que Pozzo tiene que intervenir en persona para calmar a sus muchachos ante la airada reacción de los visitantes que ante la inacción del referee se la toman con sus adversarios.

El juego se vuelve decididamente violento por parte de los locales, pero los ibéricos no se resignan. Durante la segunda etapa a España se le anularon previsiblemente 2 goles, el primero de Regueiro por offside y el restante de Campanal. Sin embargo el marcador no sufriría cambios. Por su cuestionada actuación el referee Mercet fue suspendido de por vida por la propia Federación Suiza, La FIFA tomo debida nota y lo excluyó también para dirigir internacionalmente. Los españoles fueron recibidos como héroes en su tierra, los periódicos hispanos los proclamaban como vencedores despojados de su corona. Los diarios italianos destacaban con grandes titulares la victoria de los locales e insinuaban que superados os españoles el camino hacia el título estaba allanado. Pozzo en su columna de “La Stampa” era un poco más prudente y preparaba las armas para el difícil choque que por culpa del azar lo enfrentaría a su amigo el doctor Meisl y tras el cual jamás volvería a mantener una relación fluida con el austríaco.

Pozzo sabía bien que el hombre más importante de los austríacos era Matìas Sindelar y no dudó en colocarle una marca personal. La noche del 2 de Junio de 1934 seguramente fue una de las más complicadas de Luis Monti para conciliar el sueño, se había enterado no solo lo que sospechaba, que debía marcar al “Mozart del Fútbol”, sino que además debía hacerlo limpiamente por expreso pedido de Mussolini a Pozzo para acallar las críticas que habían cosechado en la prensa internacional tras los sospechosos arbitrajes de los cuartos de final.

Por suerte para Pozzo se habían recuperado Ferrari y Schiavio, aunque el estado físico del plantel tras las batallas ante los españoles no era el más adecuado. Sin embargo no contaba con el hecho que los austríacos también habían sufrido un duro trance tras 120 minutos frente a los húngaros debiendo prescindir en el ataque de la presencia del veterano goleador Hans Horvarth y con algunos jugadores golpeados y fatigados.

El encuentro generó gran expectativa y prácticamente no quedaron lugares libres en el estadio milanista resultando el cotejo con mayor asistencia del torneo. Era además el choque de dos escuelas: la de la belleza en el trato del balón típica del Danubio que buscaba siempre las mejores combinaciones y la de la fuerza y la potencia priorizando el resultado a cualquier costo más arraigada en los latinos.

Los italianos tuvieron la fortuna de colocarse rápidamente en ventaja los 19 minutos merced a un tanto de Guaita en posición sospechosa tras un rebote en el poste y luego de una virtual falta de Meazza al arquero Platzer. La implacable marca de Monti sobre Sindelar, utilizando todo tipo de artimañas, y el excelente trabajo de Bertolini y Ferrari IV para cortar el circuito entre Urbanek y Zischek con el centroforward fue clave en el desarrollo del encuentro, razón por la cual los visitantes pudieron efectuar su primer remate al arco casi sobre el final de la primer parte. La incesante lluvia que transformó el campo de juego en un pantano, a pesar de las bolsas de arena y aserrín que se habían esparcido por el terreno, también jugó a favor de los italianos, pues conforme avanzaba el juego el estado del terreno favorecía más a quienes buscaban romper juego y lanzar pelotazos largos a sus atacantes que a los creadores que jugaban a ras del piso, y muchos foules pasaban inadvertidos a consecuencia del deplorable field – sobre todo los cometidos por los locales a criterio del juez sueco Eklind, sobre quien algunos rumores afirmaban que había cenado con el propio Mussolini la noche anterior, y que extrañamente fue designado también para dirigir la final – .

Durante el segundo tiempo los austríacos se lanzaron decididamente al ataque y allí emergió la figura del guardavalla Combi, quien mantuvo su valla invulnerable a través de memorables tapadas que redondearon su mejor actuación del campeonato. El vigor físico de los locales, que compensaba el mejor fútbol de los visitantes y la falta de puntería del puntero Zischek, quien erró un claro mano a mano a dos minutos del epílogo fueron además determinantes.

Los azzurri habían llegado a la finalísima tras superar dos durísimos escollos, debían enfrentarse al equipo checoslovaco que había llegado a la definición en silencio superando rivales de menor talla y con menor exigencia. Mientras italianos habían jugado cuatro partidos en ocho días totalizando 390 minutos, sus oponentes sumaban 270 minutos, o sea tres partidos completos. En tiempos donde se acostumbraba jugar una vez por semana, muy lejos de las exigencias del fútbol actual, el desgaste físico era enorme, Pozzo lo sabía, por lo tanto trataría de dosificar adecuadamente el esfuerzo de sus muchachos en el partido definitorio, para ello y como un adelantado a la época había incorporado los baños turcos complementados con masajes que permitían una mejor relajación de los músculos tras los tremendos esfuerzos realizados por sus jugadores. Sabía que su plantel era el más veterano del torneo y había planificado previamente la preparación física ideal para llegar en el punto más alto a esta altura de la competencia, aunque claro el desempate ante los ibéricos no entraba en sus cálculos.

Los checos practicaban un fútbol de mucha marca con jugadores fuertes y de buena técnica para el toque, capaces de colocar con exactitud sorpresivos pelotazos dirigidos a sus veloces atacantes Nejedly, Puc y Svoboda. Seguros en el juego aéreo, contaban además de los espigados Cambal y Cytrocky con la imponente presencia del arquero Frantisek Planicka, quien no solo transmitía una gran seguridad sino que además era el líder del equipo. Conocían de hazañas pues habían batido en Praga a los ingleses apenas un mes antes (2-1) y habían quebrado el invicto del Wunderteam en Viena por el mismo marcador un año atrás, por lo tanto era un rival peligroso para los deseos de il Duce.

Todo estaba listo para disputar la final en Roma ante poco más de 35 mil espectadores que se dieron cita en el Stadio Nazionale del Partido, entre ellos gran cantidad de funcionarios del régimen. El Duce se ubicó en su palco junto a su hija, Jules Rimet y la guardia pretoriana. El día anterior se había hecho presente en la concentración local para reiterar sus consignas y amenazas instando a superar el escollo a cualquier precio dependiendo de la conducta de los oponentes. Una vez más corría un inevitable escalofrío por la humanidad de los integrantes del plantel, Pozzo incluido.

Pero el viejo zorro conocía a sus rivales, sabía que era un equipo experimentado y compacto que se formaba exclusivamente por jugadores de Sparta y Slavia Praga. Creía que debía neutralizar a Nejedly, el más peligroso delantero de los centroeuropeos. Confiaba en Bertolini y Ferraris IV para detener los peligrosos contragolpes de los veloces Puc y Zischek. Pero sin dudas la principal preocupación consistía en perforar a la segura defensa checa. Italia había superado todos sus escollos mediante un poderoso juego aéreo, pero sabía que Planicka y sus defensores no solo tenían una buena altura sino que además eran buenos cabeceadores, por ese motivo ordenó a Guaita y Orsi que en lugar de lanzar centros aéreos al área, intentaran la diagonal, de esa manera obligarían a los backs a salir al corte provocando huecos que podían ser aprovechados por el pique de Meazza y Schiavio retrasado de su posición habitual.

Buena concurrencia en el estadio, aunque no estuviera repleto como en Milán, donde el fanatismo `por el calcio era mayor que en la capital, La jornada era calurosa, aunque no sofocante. Casi trescientos periodistas se aprestaban a seguir las alternativas del cotejo.

Mientras Pozzo daba las últimas instrucciones a los suyos extremando sus habituales dotes histriónicas, una banda militar atemperaba la espera de los concurrentes para beneplácito del Duce.

Cuando los locales ingresaron al terreno y practicaron su habitual saludo con la mano derecha en alto hacia el palco, las tribunas parecieron despertar de su letargo y un fervor patriótico invadió el estadio.

Arrancó el cotejo con la iniciativa de los locales, aunque los checos trataban de esconderle la pelota en base a un gran juego de toque, que no solo exasperaba a los jugadores sino que además los inducía a equivocarse reiteradamente denostando un incipiente nerviosismo.

Los checos dejaban libres los laterales y agrupaban jugadores en el medio obligándolos a tirar centros que despejaban con cierta comodidad o morían en los largos brazos de Planicka ante la furia de Pozzo que lo sabía de antemano y no podía entender como sus hombres caían en la trampa después de haberlos advertido.

La primera etapa finaliza con empate en cero y la confirmación de la presunción que no se vencería fácilmente a los representantes de Europa Central.

Dos indicaciones transmitió el entrenador a sus dirigidos: una táctica y otra con un tinte de súplica. La primera era que Schiavio y Guaita intercambiaran posiciones en la banda derecha para cerrar un poco el ataque en lugar de atacar por las bandas. La segunda trataba de resumir un mensaje escrito en papel que le habían alcanzado camino a los vestuarios: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal. Una vez más detrás de todo estaba la mano de Mussolini.

Impensadamente el cambio de posiciones no surtió el efecto deseado en los primeros minutos, Puc que había estado un buen rato fuera del terreno atendido por un golpe regresa justo para ejecutar un tiro de esquina, la pelota vuelve a su posición tras pase abierto de Sobotka, se interna en el área eludiendo a Monzeglio y desde un ángulo cerrado coloca el 1-0 aprovechando que la visión de Combi se hallaba obstruida. Un silencio sepulcral invade el estadio, y se prolonga inclusive unos minutos cuando Svoboda estrella la pelota contra el travesaño.

Pozzo siente que todo su trabajo se desmorona y mira de reojo el palco donde Mussolini seguramente profiere amenazas e insultos. Pero faltando nueve minutos Orsi recibe de Guaita y remata cruzado venciendo a Planicka quien alcanza a tocar con la punta de sus dedos, pero no puede impedir la igualdad. Pozzo, pegado a la línea de meta, es testigo preferencial y festeja como cuando era un niño en las calles de su Turín natal.

Culmina el tiempo reglamentario y debe decidirse el campeón en tiempo suplementario. Los dos equipos han realizado un esfuerzo superlativo, pero increíblemente los checos tienen menos resto que los locales animados por el empate y su incesante amor propio.

Seis minutos después Schiavio recibe un rebote tras remate de Guaita y dispara cruzado anticipando a los backs checos y venciendo a Planicka con sus últimas fuerzas surgidas quizás de la desesperación, tal como comentara años después. También existe la leyenda que el delantero obsequió al portero su medalla de oro como testimonio de su admiración y gratitud (1).

Los checos no tuvieron respuestas físicas, anímicas ni futbolísticas para torcer la historia, a pesar de un par de remates débiles de Nejedly y la enjundia de Puc que se lesiona en la tibia y es retirado del campo soliviado por los dos técnicos. Finalmente los italianos se alzan con el título ante la algarabía del público, il Duce y su séquito de aduladores. Pozzo, visiblemente emocionado, es llevado en andas por sus dirigidos y aplaudido por el propio dictador desde el palco.

Los jugadores vestidos con uniformes de la Marina acudieron un día después al Palazzo Venezia donde fueron condecorados con medallas que los declaraban Comendadores del éxito deportivo y recibieron un premio de 1725 dólares y unas merecidísimas vacaciones. Es difícil pronosticar que hubiera sucedido en el caso de una derrota, aunque los mensajes del Duce dejaban entrever una tenebrosa pista.

Como una manera de legitimar su título, el 14 de Noviembre de ese mismo año se concertó un amistoso frente a los maestros ingleses en el estadio de Highbury, sede del Arsenal que aportó al combinado local nada menos que 7 jugadores, entre los que se encontraba el temible delantero Ted Drake, el capitán Eddie Hapgood y el genial Cliff Bastin. Entre los demás integrantes se encontraba un joven wing derecho que jugaba en Stoke City y se llamaba Stanley Matthews y se convertiría en uno de los jugadores ingleses más importantes sobre todo tras la posguerra. Mussolini, según trascendió prometió a cada jugador un automóvil Alfa Romeo y unas 150 libras si vencían a los británicos.

El encuentro comenzó para los italianos con una penal en contra, clarísimo foul de Ceresoli y Allemandi a Drake, que afortunadamente pudo ser desviado por el guardameta Ceresoli tras la ejecución de Brook. Pero no todas eran buenas para los visitantes, Monti sufrió la fractura de uno de los dedos de su pie tras una fuerte entrada de Drake, debiendo retirarse del terreno mucho antes de lo previsto. Poco pudo hacer el portero para detener el aluvión inglés que logró una ventaja de tres goles (Brook x2 y Drake) en tan solo 15 minutos. . Italia reacomodó sus piezas en el complemento y a poco estuvo de recibir otro tanto si no fuese por la falta de puntería de Matthews . Sin embargo logró descontar por intermedio de 2 goles conquistados por Meazza. Aun con un jugador menos los visitantes pusieron a los anfitriones en inconvenientes y Moss salvó algunas situaciones que podrían haber desembocado en un heroico empate. Sin embargo el encuentro tomó rápidamente un cáliz violento siendo las principales víctimas los locales.

Gracias a la firmeza de su defensa y a la bravura del equipo ante la adversidad los italianos se ganaron el mote de “Leones de Highbury” según propia prensa fascista, aunque para los ingleses el título difiriera un poco sobre todo a la hora de emitir el parte médico (2) y demostraron al mundo que, a pesar de todas las maniobras que empañaron su éxito mundialista, se encontraban entre los mejores de Europa, y por ende del Mundo.

El glorioso año se cerró con una victoria frente a los húngaros por 4 a 2 en Milan, tras un primer tiempo parejo donde habían igualado en 2 tantos, y superando el inconveniente producido por la lesión de Bertolini que debió abandonar el terreno de juego en el complemento. Pozzo subsanó el contratiempo retrasando a Serantoni para juntarlo con Pizziolo y Ferraris IV , dejando mayor campo de acción a Guaita que no solamente macó dos goles sino que además fue la gran figura azzurra.

Vittorio Pozzo tenía por delante dos desafíos próximos: demostrar en la Copa Dr. Gerô su poderío y preparar un equipo para los próximos Juegos Olímpicos de Berlín.

En la Copa batió brillantemente a los austríacos por 2-0 en Viena el 24 de Marzo de 1935 con dos goles del debutante Silvio Piola del Lazio conformando un equipo con algunos juveniles tales como Mascheroni y Faccio (Inter) y Corsi (Bologna). Este partido sería además el último de “Mumo” Orsi y el “indio” Guaita, dos baluartes del ataque, con la azzurra que superaron ampliamente en vigor, fútbol y despliegue físico a los veteranos del Wunderteam que se retiraron abucheados de su propio estadio.

El empate en 4 tantos entre húngaros y austriacos y su propia derrota ante los checos en Praga pusieron a los italianos en la cima de la tabla aventajando a los húngaros, a quienes debían enfrentar en la última fecha como locales, por 2 puntos. Aun perdiendo forzaban un desempate, sin embargo el entretenido match finalizó empatado 2-2 aun cediendo la ventaja de jugar con Meazza y Bertolini lesionados durante gran parte del cotejo. Así fue que los italianos se adjudicaron por segunda ocasión el torneo. El segundo objetivo ya estaba cumplido.

El principal obstáculo de Pozzo para mantener un equipo competitivo era el recambio generacional. Combi, Monti, Orsi, Schiavio, Guaita no eran valores de fácil reemplazo, no solo por sus cualidades futbolísticas sino también por su gran temperamento y experiencia.

Con esa idea y así como había formado un equipo exclusivamente para ganar el Mundial de 1934 se propuso formar otro para la próxima Copa del Mundo a disputarse en Francia. La reglamentación del Comité Olímpico Internacional establecía que los equipos debían formarse por jugadores no profesionales. De ese modo los Juegos Olímpicos de Berlín servirían como un banco de pruebas para la máxima cita mundialista donde sin la presión asfixiante del Duce buscaría nuevos valores juveniles aprovechando la ocasión para reservar a los más consagrados.

Como un fiel reflejo de los ocurrido en el Mundial, y aun con mayor fastuosidad, las Olimpíadas de Berlín 1936 servirían como instrumento político para que Adolf Hitler demostrara a través del deporte la supremacía de la raza aria. Para ello no escatimó en ningún tipo de gastos, incluido el documental Olympia filmado por la gran cineasta Leni Riefenstahl que mostraría al Mundo las imágenes de los juegos como nunca antes se habían visto.

Finalmente como resultado de esa experiencia Pozzo escogió a los defensores Pietro Rava y Alfredo Foni (Juventus) y al mediocampista Ugo Locatelli (Ambrosiana-Inter) para integrar el seleccionado mayor.

El camino Olímpico de los italianos comenzó con una ajustada victoria frente a los norteamericanos (1-0) y otra holgada frente a los japoneses (8-0) en cuartos de final.

En la semifinal se enfrentó al equipo noruego que había eliminado al local frente la imponente presencia de Adolf Hitler en el palco. El encuentro es durísimo y se llega al final con empate a un gol. En el alargue el goleador Annibale Frossi (Inter), que curiosamente jugaba con anteojos y cinta en el cabello, toma un rebote y clasifica a los azzurri a la final.

Los austríacos, clasificados después de un confuso episodio ante los peruanos, fueron los rivales por la medalla de Oro (3).

Italia se puso en ventaja con un gol del infalible Frossi tras una brillante combinación de al menos diez pases seguidos, pero los centroeuropeos, ahora dirigidos por Jimmy Hogan, lograron empatar faltando diez minutos para el epílogo a través de Kainberger. Fue necesario recurrir al tiempo suplementario, durante el cual nuevamente Frossi logró el gol de la presea dorada además de su proclamación como goleador del torneo conquistando 7 goles en apenas 4 partidos (4).

Vittorio Pozzo no solo entraba además en la historia Olímpica sino que se consagraba como uno de los mejores entrenadores del Mundo y en el depositario de toda la confianza del Duce para repetir la performance en Francia 1938. El camino no sería nada fácil…



(1) Algunas fuentes coinciden en el hecho que ambos jugadores se encontraron días después por intermediación del cónsul checo en Italia y que Planicka obsequió su gorra al delantero como muestra de admiración por su amor propio, admitiendo además que había hecho poco esfuerzo por atajar la pelota del gol decisivo, porque consideraba que una Copa de metal no valía lo mismo quela vida de todos los integrantes del plantel local. Meses después el arquero recibió en su residencia un paquete enviado por Schiavio que habría contenido su propia medalla y una nota que rezaba más o menos así “Gracias por salvarnos la vida”

(2) Hapgood: fractura de nariz, Cooping: fuerte traumatismi en el muslo, Drake: contusiones en hombro y codo, Bastin y Bowden: tobillos golpeados e inflamados, Brook: heridas en un codo y Barker: con la mano aplastada.

(3) El encuentro terminó con un empate 2-2 en los noventa minutos. En la prórroga se produjo una invasión del terreno por parte de aficionados peruanos que posteriormente se ubicaron sobre el perímetro del terreno de juego alentando a sus compatriotas y hostigando a los austríacos. Perú logró dos goles más y se impuso. Los austríacos protestaron ante el Jurado de apelación de la FIFA, mayoritariamente integrado por dirigentes europeos, aduciendo que se sintieron intimidados y agredidos. Finalmente el fallo del Tribunal anuló el partido ordenándose su repetición dos días después a puertas cerradas, los peruanos se negaron a acatar la disposición y por consiguiente se declaró finalista a los europeos por ni presentarse su rival.

(4) En ese mismo estadio Italia se consagró campeón mundial el 9 de Julio de 2006 al vencer a Francia en definición por penales.


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